Words don´t come easy

domingo, 22 de noviembre de 2015

Yo soy María Iribarne

25
Rosse Marie Caballero Vega
YO SOY MARÍA IRIBARNE
I
Juan Pablo Castel, yo soy María Iribarne. La mujer que
mataste. En realidad no sé por qué me mataste si yo jamás
te di motivos para que te apoderaras de mí. Solo te dije que
yo también pensaba mucho en ti, pero la jodiste. Creíste
que por mirar tu ventanita en el cuadro aquel titulado algo
así como... Maternidad... Bueno, decía que por el hecho de
observar yo la ventanita _que obviamente me recordaba
la profunda soledad de mi alma_ tú tenías el derecho de
apoderarte de mí, de mis secretos, mis pensamientos, mis
silencios y hasta controlar las llamadas que entraban a mi
teléfono o especular el porqué de la puerta cerrada cuando
contestaba, etc. etc.
Hunter era primo de mi marido, no quise nombrar a mi
marido pero, ya que lo nombré, debo decirte que Allende
me amaba tanto... Me amó como al aire que respiraba y no
supo qué hacer conmigo. Se confundió al creer que yo le
pertenecía por haberme casado con él. Me casé porque yo era
imprescindible en su vida, o al menos eso era lo que él aseguraba.
Fui la mujer perfecta, según él, pero no supo cómo
tratarme. Me aprisionó en su mundo de sombras: lo oía y
percibía todo, respiraba mis sentimientos y me reprochaba
por no amarlo de la forma como él hubiera querido...
Bueno, te hablaba de Hunter... tal vez la única persona
que me supo comprender. El no fue mi amante como tú
creíste. Hay diferencia entre amar a alguien y ser sólo su
amante o amar a alguien y tener la oportunidad de expresarle
ese amor y llenarle de besos y guardar ese recuerdo
como un tesoro.
26

La noche que tú apareciste en la estancia, yo leía un
poema y él me pintaba. Solía dibujar mi rostro cuando me
oía leer algunos de esos disparatados poemas que escribo
en mis noches de insomnio. Nos quedamos juntos, es
cierto, pero no como lo describes en “El Túnel”, al imaginar
fantasmas mientras observabas la ventana de su lecho.
Imaginaste, bien, pero deberías primero conversar con
nosotros, preguntarnos... bueno, estoy siendo frívola. Tú
actuaste guiado por tus impulsos. No te culpo, tenías tus
razones. Te exacerbó mi frialdad.
Ahora, después de leer tu novela2 sé cuánto me necesitaste
en aquellos días, creíste que yo era la mujer exacta
para ti, la que buscabas y ... qué ingenuo e iluso que sos
(te digo sos porque quiero hablarte en tu lengua). ¿Cómo
puedes pensar que existe alguien exacto para nosotros?
Digo nosotros porque los solitarios somos solitarios por esencia
y no hay otro que quiera acompañarnos porque dejaríamos
de ser solitarios y perderíamos la esencia, ¿comprendes?...
Solo existen sombras, sombras que me rodean
y son lo mejor que tengo. Perdona, pero llega Allende y
debo cortar.
1.2 Se refiere a ‘El Túnel’ de Ernesto Sábato
27
Rosse Marie Caballero Vega
II
¿Sabés?... Solo Allende se conformaría con lo que yo
le daba: Un rincón mudo en la casa. Le bastaba mi presencia,
mi olor de agua de lluvia, mi respiración mientras
yo planchaba o escribía en la máquina... ¿ves? A ti no te
habría bastado ello. Intentabas aprisionarme, tenerme a tu
lado, que yo te mire, que respire tu aire, que piense a tu
lado, que... lo más grave de todo, que te ame. ¿Cómo podía
amarte si no te conocía, o cómo podía amarte si te conocía
tanto? No hay excusa, solo tenía derecho a huir como el
agua de acequia, silenciosa y lenta en la oscuridad de la noche,
resbalando entre la arena y llevando conmigo alguna
hoja seca del otoño quebradizo.
No tuve el valor de decirte que no me buscaras más, no
pude. Quería y no quería verte, pero, sabía que nos estuve
engañando, a ti y a mí, porque lo nuestro no tenía sentido.
Jamás lo tuvo. Si me quedé aquella vez a contemplar tu
cuadro ―que era como mirar tus ojos― fue porque me encontré
a mí misma (yo también he sufrido mucho con esa
relación, tus dudas, tus celos, tus reproches...). Ahora que
estoy más segura, tengo el valor de decirte que ya no pienses
en mí. Me mataste, es cierto, pero sigues pensando
en mí y eso no me deja descansar en paz.
28

III
No hay absolutamente ningún espacio para dedicártelo
sin que aparezcan también en mí esas sombras de las
que tú dudabas y que tanto te preocupaban. En tu mundo
veo tal vez más sombras de las que había en el mío. Celulares
que suenan a cada instante o que te vibran o te dejan
mensajes, y tú respondiendo mientras almuerzas, anotando
números, descifrando claves... Es un tormento no saber
qué sombras son esas y cómo son; si delgadas o gruesas,
negras o grises o rubias.
Hoy las cosas han dado un vuelco intempestivo. Me
percaté de que estoy enamorándome de ti y eso... no puede
ser. Tú estás vivo y yo estoy muerta. Aunque pienses que
en esa cárcel donde te encuentras te sientes muerto, yo aseguraría
que estás vivo y por mi parte aseguraría que yo
tampoco estoy muerta porque sufro y siento y pienso y me
duele empezar a quererte y saber que no podrá ser. No
podré tocarte ni besarte como tanto lo ansiabas. Por eso tengo
miedo y deseo escapar. No te llamo por teléfono porque
primero deseo saber si tú te interesas en mí, si me extrañas
y espero que suene el aparato, pero no me llamas porque
probablemente piensas que estoy muerta. Claro, como me
clavaste aquel afilado puñal en el vientre... seguramente
pensarás que estoy muerta. Parece que es evidente, porque
por alguna extraña razón mis amigos también creen que
estoy muerta y me llevan flores a la tumba y se ponen a
monologar largamente conmigo y a rezar.
29
Rosse Marie Caballero Vega
IV
¿Qué será el amor, no? ¿Será esa pequeña diferencia que
existe entre la vida y la muerte? Y yo que no soy perfecta
no podré superarlo, soy tan imperfecta que aún no he
aprendido a controlar mis emociones.
Aún en este suelo húmedo y tranquilo en el que me
enterraron siento emociones que tal vez por lo madura que
soy debería haber aprendido a contener, a superar... pero
aquí me veo luchando por sobrevivir a mi muerte y mantener
vivas mis sensaciones. Veo tu rostro, tus ojos, esa
pequeñísima figura que eres entre los puntos del universo,
pero que es el único que me podría salvar... y no lo hace.
Sácame de aquí, me asfixio, deseo conversar contigo,
solo contigo, nadie podría tener tu charla y tus palabras y...
lo que llamabas química, al explicar el porqué de las cosas.
Te llamé y me respondió tu contestador automático, me
dio el número de tu portable, pero desde aquí no salen las
llamadas a ese aparatito. Aquí no hay adelantos científicos
de vanguardia, como comprenderás.
Y tengo que soportar este castigo y fingir que soy amable
y bella y conversar y sonreír aceptando opiniones de
los que me rodean y tú, maldito Juan Pablo Castel, te haces
el del otro viernes y no me buscas. Ni por si acaso te imaginas
que no morí, que espero tu llamado, so bruto.
30

V
Estoy fastidiada. Molesta de ser siempre yo la que tenga
que marcar tu número, que buscarte, que ceder, que ser
encantadora... la perfecta... idiota. ¿Y tú, qué? El macho, el
sabelotodo, el que decide dónde cenar y qué cenar y qué
ropa llevar puesta y cómo sonreír y ante quiénes y cómo.
Me cansé. Me cansé de tus aspiraciones de lograr la familia
ideal ante los amigos y ante tu parentela, la esposa perfecta,
sin mancha, sin pecado, sin pasado y sin futuro. Esa muñeca
hermosa y delgada y bien habillée. Sabés que siempre
fui lacónica, distante e incluso fría, lo cual te desesperaba y
te provocaba muchos dolores de cabeza de tanto especular
acerca de mi supuesta falsedad. Pues, ahora seré explícita:
estoy hastiada de tus exigencias y quiero liberarme, salir o
no salir, dormir o no dormir, hablarte o no hablarte y, solo
cuando yo quiera, lavarte la ropa o hacerte la cena.
Pero, como sé que no compartís mis ideas, y me decís
que los cafés son para los pitilleros, para los vagabundos
y para los que escriben, pues allá iré porque yo también
escribo, aunque tú jamás lo hubieras notado. Allá iré a leer
mis grafittis y a reír, y ya puedes ver con quién celebrar tus
viernes que me tienen podrida porque me cansé de jugar a
los dados y beber tus licores y bailar tus rancheras. ¡Quiero
tener paz y comenzar a vivir mi verdadera vida!
31
Rosse Marie Caballero Vega
VI
Siempre fuiste un débil, un cobarde, un papanatas.
Borro papanatas. Tú fuiste el único que me amó tanto y por
tan poco tiempo. Borro cobarde. Fui una loca al entregarte
mi vida en aquel tiempo. Borro el punto y pongo una coma,
o quizás fuiste tú el loco al soñar en atraparme, al creer
que el amor podría dormir en tu cama eternamente sin
desgastarse. Fatuo, lo ahogaste. Te odio por tus malditos
celos, esa manía tuya de sospechar de la ventana abierta,
de las llamadas de teléfono, de las sombras de los árboles.
Te odio por haberme amado.
Ahora ya no sé si el amor existe. A veces me parece
que no, a veces que sí. A veces verdaderamente creo que el
amor es un impulso, a veces una urgencia. Allende pensaba
que los demás confundían mis impulsos con urgencias; él
jamás confundió nada entre nosotros. En cambio, ¿vos?
Cómo volaba desde mis sueños hasta tu cuerpo, cómo volabas
tú hasta mi alma para llenarla de besos y envolverla en
profundas crisis, en tesis de suicidios. No puedo creer que
lloré por tu insignificante boca, por esos ojos pequeños que
alumbraban mis noches, tus palabras que finalmente se las
llevó el viento, no recuerdo lo que me decías, pero imagino
que algo me habrías dicho que me hizo amarte. Sin embargo,
recuerdo que solía corregir tus errores de ortografía.
Son casi las seis y estoy esperando que mi teléfono
suene, tal vez esta noche tengamos un encuentro cercano
del tercer tipo.
32

VII
JPC (algunas veces te llamaré así, ok?), no quise decirte
que estuve casada con Allende porque pensé que tú y yo no
llegaríamos a nada. No había necesidad de hablar del asunto.
Ni te hubiera interesado. Veía tan lejos un acercamiento en
nuestro abismo que ni tendiendo puentes lograríamos conectar
nuestras islas. ¿Recuerdas que te escribí un mensaje que
decía “Yo también pienso en usted”? Ese fue el principio de nuestro
destino. ¿Por qué hice que Allende te entregara la carta?
Quise que supieras que yo no era libre para amarte, lo cual no
significaba de ningún modo que no quería amarte. Vos siempre
lo tenías todo planificado, ¿te acordás de tu proceder con
“método”? Pues ese método nihilista de despreciarlo todo te
falló. Constantemente te apoderabas de mis pensamientos,
de mis decisiones, y quisiste ser dueño de mi alma ―lo cual
es poco menos que imposible porque ni yo misma pude ni
puedo apoderarme de algo que no me pertenece.
Aquí también la espera es interminable. El tiempo es
anónimo y sepulcral. Me mandaste a este extraño paraje
sin previo aviso, sin darme tiempo de resolver algunos conflictos,
encargar mis libros, pagar al jardinero, planchar mi
ropa interior, escribir a Allende... Simplemente me obligaste
a conocer esta nueva realidad... ¿y ahora qué hago yo sin ti?
En este viaje se me han perdido algunas cosas. ¿Será que se
pierden las cosas que ya no sirven? Las pequeñas cosas importantes
quedan, como aquellos papeles de la inconclusa obra absurda...
¿la recuerdas?, aquella que comentamos mientras caminábamos
por la Avenida de los suicidas... Perdí tus fotografías, unos
libros de poesía y mis anotaciones. Tus cartas las guardó Allende,
pero no tuvo tiempo de traérmelas. Decidió seguirme ¿lo sabías?
Decidió cumplir el designio: “Hago mal a todos los que se me
acercan…”. Ahora vaga cerca de mí, sin poder reconocerme.
33
Rosse Marie Caballero Vega
VIII
¡Ah, otrora célebre pintor argentino! ¿Cómo puedes
dominar el pincel sobre el lienzo y no pudiste dominar tu
mano cuando se clavó en mí para quitarte la vida? Por si no
te diste cuenta, al matarme te quitaste la vida tú y a mí me
diste más sombra de la que tenía. Ahora ya no lloraré ni me
violentaré al no poder comprender ciertas cosas, a ciertas
personas, a ti. Ahora que lo veo todo, entiendo que nada
tiene verdadera importancia, mi espíritu navega por el universo
y puedo incluso acompañarte por donde vayas.
Una mañana muy presurosa, mi alma pasaba por una
galería y te vi. Estabas, como antes, exponiendo tu obra
junto a algún artista. Descubrí a un renovado JPC surrealista,
estabas flotando en el aire, pero no me viste. Entré
en el salón para mirar tus pinturas y tú nada. Parecía más
importante tu cuaderno de anotaciones que María Iribarne.
Busqué “Maternidad” pero no estaban ni el lienzo
ni la ventana. Lo habrás vendido, supongo. ¿O terminaste
destruyéndolo como a tantos otros cuadros?
¡Cómo has cambiado en estos años!
Creí que continuabas prisionero ¿o sólo habrás salido
eventualmente con un permiso especial del juez? Quise
preguntarte cómo habías llegado hasta ahí, pero te encontré
hablando con una muchacha blanca, de rostro pálido,
y pensé que ella también sería pintora igual que tú y su
conversación sería más amena que la mía, entonces decidí
marcharme dejándote un mensaje... no sé si lo leíste o no lo
percibiste; obvio, quizá la letra de los muertos no sea legible.
Quise invitarte un café, pero tú preferiste irte a beber con tus
amigos. Antes decías que sin mí no vivirías, ahí te veo ahora,
disfrutando de las cosas simples, muy bien acompañado. Yo
estoy demás. Lo mejor será volver a mi tumba.
34

IX
JPC, yo también te amé. La tarde cuando te conocí en
la galería, sentí un vértigo en el corazón. Te amé por tu
soledad. No fue compasión, no fue consolación. Fue identificación,
alma gemela errante. “Aquel amor anónimo que
yo había alimentado durante años de soledad”3 se había
concentrado en vos. En las penumbras quietas de mi habitación,
te soñaba, te imaginaba conversándome, mirándome,
contemplándonos. ¿Sabés lo fundamental que resulta la
contemplación para la pareja? En una mirada se entrega el
alma, se comunican las esencias, se solazan los cuerpos y
todo se torna mágico. ¿Conocés la paz del silencio?
Te esperaré, JPC... ¿dijimos 15 años? Pues serán 15 o
tal vez un poco más para darte tiempo a llegar. Fue un 9
de mayo. Han pasado ya tantos 9 de mayos y tú no vienes
todavía. Me enteré que una vez llegaste, te hospedaste en
un hotel (¿tal vez buscándome?), y... yo no fui. No pude
ir, estuve tres metros bajo tierra y no pude salir. Sí, la verdad
es que supe que habías llegado. Me ilusioné. Quise ir
a verte pero no pude.
Después de docenas de meses finalmente pude ir
a buscarte. Una amiga mía preguntó por tu número a la
Telefónica. Cómo olvidar lo que vivimos después. Tú
creíste que estabas con ella, pero en realidad estuviste conmigo...
Aquel paraje de los altos Pirineos, la luna, hermosa
luna redonda como mi vientre, esperando llenarse de tu
vida, de concebir tus ilusiones, y la luna, hermosa luna
redonda. Llegué a creer que tú eras el único hombre capaz
de amarme y comprenderme, el... no sé qué...
1.3 El Túnel, Ed. Cátedra.pg. 99
35
Rosse Marie Caballero Vega
X
Sin embargo, una noche ―después de tantas y tantas
transcurridas sin oírte, sin saber qué pensabas de mí―
finalmente esa carga que me pesó durante millones de
minutos, que cargué con dolor, que arrastré por doquier,
aquella noche la destruí; es decir, tú te encargaste de eliminarla...
poco a poco, con tu forma inconcebible de ser, con
tus broncas con todo el mundo. Y tenés razón, ¿qué podías
brindarme vos, un “pusilánime”, como te autodenominabas?
¿Cómo pude tenerte tantos años en mi espíritu, ocupando
un espacio en mi cerebro y en mi corazón?
Pues, ahora que te la pasás oyendo tangos y emborrachándote
en los burdeles del bajo, te merecés la gente
que te rodea, las cosas que te pasan, el destino que te has
forjado lejos de mí. Y yo también lo merezco. Merezco mis
desgracias y este castigo ocre en el que me has sepultado,
bien merecido lo tengo por haberte escuchado, mirado,
contestado a tus llamadas, escrito unas cartas, besado, desnudado,
amado, idolatrado.
Pero...caíste. Poco a poco te fuiste autoeliminando (te
quitaste la máscara de ingenuidad) y eso me libera de la
gran batalla que significó el haberte conocido. Adiós, Juan
Pablo Castel. Déjate ahora de pensar en mí, déjame descansar
en paz bajo estos equis metros de tierra que saben a
libertad. QEPD +.
¿Conversar? No, JPC, ¿de qué podríamos nosotros conversar
a estas alturas? Tú arriba, yo debajo. Tú tangible, yo intangible.
¡Ah, JPC! Me duelen tu testarudez, tu soberbia, y, lo
peor, tu derrota. ¿Pensaste, acaso, que ganarías algo al aniquilar
mis sueños? ¿Por algún minúsculo espacio del tiempo pudiste
acaso concebir la idea de exterminarme para encontrar la
felicidad? El amor, verdadero amor, no existe, ¿entendés?
36

Juan Pablo Castel, una quimera, un pensamiento, apenas
una posibilidad difuminada en el tiempo, estás tan
lejos... Apenas puedo percibir tu arrogancia a través de las
llamadas a la estancia. ¿Cómo irás a terminar? ¿Saldrás de
la cárcel o te quedarás en ella? Estoy segura de que en mi
próxima vida trataré de no toparme contigo, y espero que
tu otro yo tampoco se tope conmigo porque volveríamos a
escribir la misma “abominable comedia” que fue nuestra
historia. Hasta nunca, o siempre, da lo mismo. Amén.
Atentamente,
María
(Del libro Los vagidos del gato. Ed. La Hoguera, 2008. Bolivia)

No hay comentarios:

Publicar un comentario