ENIGMAS DE LA ESFINGE
Por: Rosse Marie Caballero
Tenue
rey, sesgo alfil, encarnizada
Reina,
torre directa y peón ladino
Sobre lo
negro y blanco del camino
Buscan y
libran su batalla armada...
-Borges.
Con
parsimonia selecciona las piezas. Sorteo, invocación del azar, ¿qué es la
suerte? ¿Enigmas por descifrar? ¿Blancas o negras? ¿Borgesianas? - «No saben
que la mano señalada del jugador gobierna su destino, no saben que un rigor
adamantino sujeta su albedrío y su jornada »-.
Indomable.
Maldita.
¿Cuál
Esfinge eres?, ¿la egipcia, la asiria, la griega o la romana? ¿Cuál de esos
animales fabulosos con cabeza, cuello y pecho de mujer, cuerpo y pies de león,
y alas? ¿Cuál de esas criaturas enigmáticas, indescifrables y misteriosas?
2302 1
P4R
Acabo de
reencontrarme, de reconocerme, en su espejo, en su agua, Narciso, en su fuente.
Soy, tal vez la griega, pero soy más, soy multitud. Me habitan extraños seres
que se disputan el derecho de decidir mi suerte en la partida interminable del
ajedrez que empezó en aquel preciso instante que escuché su voz y miré su
imponente figura. Parecía usted un príncipe, aunque sin capa azul y sin caballo
blanco. Ardientes destellos nacidos en los cristales de las ventanas
rebrillaban y se apagaban en los pastos verdes de mis sueños.
Cuando
usted llama mi cuerpo siempre está, mi alma vaga. Una de mis almas me posee
ahora, me domina, me manda a no contestar su llamado. A descolgar todos los
teléfonos de la ciudad y que nadie diga que me conoce y que nadie mencione mi
nombre, ninguno de mis nombres cuando usted llame. Esta vez quiero
desconocerlo, desconectarlo de mi cerebro y no pensar que existe. Para mí usted
ha muerto. Peón cuatro alfil dama.
Pero...
la otra.
Esa otra.
Ella
llega, me humilla, me castiga. Yo, la débil (y sin embargo tan fuerte) me dejo
escarnecer por mi atrevimiento de creer en la utopía. “Como agua que chorrea
por los muros de mi mente, como aguas reunidas, el día cae copioso y
esplendente.”
¡Muere
maldita!
0303 2 C3AR
Ella me
devora, me encadena, me aplica el suplicio. La castradora. Me corta el
clítoris. La dictadora, cruel, inmunda, opresora y sin embargo ruptora de
cadenas a la vez, paradójica. Congela mis fibras, me encadena, me azota, me
escarnece. Ella es superior. Me despierta, me baña, me acicala, me perfuma, me
lleva de la blanca mano por praderas de ilusión. ¡NO! Esta es la otra, la que
me recoge de las praderas para llevarme a casa. Me congela. Convierte en hielo
las uñas de mis pies. Se ven hermosas, me dice, blancas, son nieve. Luego
avanza por las plantas, las pantorrillas, los muslos, la pelvis... el pubis. Se
detiene. Será una jornada agotadora. El pubis es algo serio. Tomará su tiempo.
Las encrespadas madreselvas son escarcha. Abre los labios, los congela.
Penetra. Se hace hielo. Sale. Cae la nieve. Ha llegado a los ovarios y estos
resbalan en copitos blancos, transparentes, cristalinos, perlas de coral...
0303
Dura
jornada. La prosaica escribe admoniciones. Instrucciones para no amar y no
morir en el intento. No. No insista, señor, no saldré hoy. Estoy enovillada
entre mis sábanas infinitas, arrebujadita, aterida, muriendo de frío. El frío
de no tener su piel a mi lado. El frío de anoche que caló mis tuétanos. El frío
de largas noches sin calor, sin luna en mi ventana, sin fluidos mágicos. No
saldré, hoy, señor, no me espere. Peón tres dama.
Cambio y
fuera.
Tal vez
nos veamos en Europa. Iremos las dos (o las tres o todas, soy inconmensurable),
ella prepara las valijas. Yo llevaré mi poesía, ella el razonamiento. Usted no
irá. Usted me frustra. Me encandila y me deja apagarme sola, lánguidamente
sola. Me derrito sola. Lamo mis heridas melancólica. Pero viene ella (la
fuerte) y me acurruca, me lava, me limpia. Me cura. Soy nueva. Ella es la que
me sana, no usted. Ella me ama. Usted me hiere, me daña. Quiere atraparme y me
deja libre, quiere fundirse en mi sangre y uncirme a su yugo y me deja libre...
¡Qué ironía! Intento develar este misterio y pienso que no es libertad lo que
quiere darme, sino desenfado. Estoy empezando a sospechar que bajo el manto de
la libertad, usted lo que en realidad hace es dejarme libre porque no tiene
tiempo para ocuparse de mis requerimientos. Es más fácil desenfadarse que
ocuparse de nosotras.
1203 3
P4D
Siempre
al cerrar sus ojos podrá usted tenerme, aunque al despertar yo no esté a su
lado.
La
lluvia.
Es bella.
Quiero mojarme con ella. Lo amo a pesar del dolor que me causa. Yo sabré
perdonarlo porque nunca volveremos a tocarnos. « Tú eres superior –soy
superior-. Sigue
tu
destino –sigo mi destino-. No desvíes –no desvío-. Te espera el camino - me
espera el camino-».
«Respóndeme
el martes. Hoy bajaré a los infiernos, pero tú, Doña Inés mía, respóndeme el
martes». Y yo me río. Me río de haber llorado, de sus insultos, y mis carcajadas
queman sus oídos: «grandísima puta, maldita», «maldito, h. de p.» y es igual,
amor, amor. Y me río porque no me toca, porque sé que me ama y nada podrá
tocarme. Sus látigos son palabras de impotencia, son siempre de amor
desbordante. Y viene la castradora. Me mira con esa mirada suya inquisidora.
¡Soy una multitud! ¿Cuál eres? ¿Cuál de la maldita multitud? ¿A quién debo
creerle? ¿Y eres virgen? nunca dejaste de serlo. No te entregaste. Eres
límpida, impoluta, blanca, virgen, inmácula, casta. Y me pongo a gemir, a sonar
la nariz y a hablar en voz ronca y entrecortada... ¿y usted llora también? ¿Por
qué?,
¿porque
no quiere perderme del modo como parece estar escrito?
Esta hoja
seca de otoño soy yo... Cada nervadura
es mi
otro, otro yo...
(una hoja
de otoño)
1303
Ahora
viene la otra. La que me quiere. Toma la gasa y la repasa en torno a la herida.
Quita la sangre. Tira la gasa. Toma otra. Quita las manchas que aún quedan. Toma
otra, la moja en alcohol y lentamente repasa la llaga. La estaca queda en medio
del corazón, filosa, de madera fresca... Agonizaba. La niña recibió la estocada
pero permaneció en pie. Al llegar a casa tomó pastillas para dormir y durmió,
profundo, hasta el amanecer. Se levantó, como los líquenes de un río seco que
se ha llenado de lluvia. Recogió las piezas del rompecabezas, rearmó su
estrategia, lenta, cautelosa y salió, como siempre, al trabajo.
El conde
aparece, insiste, vuelve a llamar, dice que me debe hablar. No contesto. El
hombre persigue a la gacela bosque adentro, en la espesura. Los cerezos rojos,
las fresas jugosas. Me hundo entre las ramas como una nadadora a través del
aire verde de las hojas. El Centauro me persigue flecha en arco, apunta,
dispara. Rojas cadenas pendientes de las estalactitas se balancean.
Me tiene.
Me relame la herida. Retira cuidadosamente el arma de mis carnes. Resopla para
evitar el ardor. Bullen los guerreros blancos y rojos. Me limpia, me
desinfecta. Acaricia mi pelo, la cabeza. Toca mi corazón por los bordes. El
centro está quebrantado, lo sutura, lo relame, me besa, me ama hasta dentro de
mi alma. Mi espíritu se goza y quiere salir a volar. Pero me detengo.
Nuevamente la herida lacera, sangra y usted me consuela.
«Descienden los pájaros, se descuelgan de la rama
del arbusto, espían al caracol y perforan la cáscara contra una piedra. Lo
picotean con furia hasta que del orificio mana un líquido viscoso. Alzan el
vuelo y ascienden raudos en el aire, y lanzando agudas notas se posan en las
ramas más altas y miran los floridos campos blancos con ondulantes céspedes. Y
descienden con el mismo vuelo y ascienden raudos... »
Un círculo
que gira infinitamente. Peón por peón.
Me
humilla.
Hijo de
puta con todas sus letras. He perdido mi mitad. Me partió el alma en dos, en
mil. Y sale la otra, la fuerte. Recoge los pedazos que el viento esparció entre
las hojas secas de otoño. Una a una las hojas quebradas. La sangre corre
desorientada al recibir sus órdenes. Estoy hecha polvo. ¡No le sorprende, mas
le maravilla! No puedo seguir este juego.
1403 4
CXP
La
prosaica lo acepta, pero la poeta lo rechaza, le provoca náuseas. ¡Huele mal
usted, señor Conde! La poeta lo acepta, pero la prosaica lo rechaza, no es
parte de sus esquemas. ¿Luchará usted contra todo y contra todos, mas no contra
el desdén y el desprecio? Lo humillo y, usted, baja la cerviz. Lo abandono.
Huyo hacia el bosque de las hayas.
Ahá.
Caballo tres alfil. ¿Ahora estamos?
1903
¿Vuelve
usted para rendirse a mis pies? ¿Con qué derecho toca usted mi puerta y me
propone un amor eterno entre los huecos de las sombras? ¿La otra? ¿La
clandestina? ¿La que no sale a luz, la escondida... aquella alma en pena que
debe ser sombra? ¡No! ¡Me rebelo! Ellas se rebelan, nos rebelamos. Ninguna
acepta su propuesta. Sea usted conde o duque, pero no pretenda escondernos de
las miradas y de la luz del sol. No me reviente el hígado. ¿Quiere también
usted ser multitud?, practique la defensa siciliana y guarde cautela con la
Variante del dragón, ésa es nuestra. ¡Cuidado con el jaque mate, señor!
2603
Está
usted más lejos de lo que cree. Ha viajado millas o, quizá, he sido yo quien ha
viajado. Lo cierto es que estamos tan lejos el uno de nosotras. Yo tuve que
cargar con todas a cuestas. Una quiso quedarse a esperar el cansado paso suyo,
pero, la más rebelde no lo permitió. Es más, quiso que voláramos para alejarnos
lo más rápido posible; pero intervino la cordura y nos fuimos caminando
lentamente, esperando si en algún recodo se nos unía usted y nos seguía la
marcha, pero no fue así.
Usted se
quedó o tal vez tomó otro rumbo que no es el nuestro, y ahí vamos por caminos
distintos, persiguiendo el mismo sueño que, sin duda, jamás lo alcanzaremos
porque estamos tan separados y el sueño es uno solo y ninguno sin el otro lo
podría tomar porque... Decido: Caballo tres alfil rey, lamentablemente ése fue
predestinado para nosotros, pero como cada cual sigue rumbos distintos... es un
mito sisifal.
0404 5
C3AD
Anoche
tuve un sueño surrealista. Lo vi entre las matas de los setos, junto a un
gigante obelisco enhiesto esperando por mí. Tuve que llamar. No me salga con
que son instintos reprimidos míos, yo pienso que son los suyos, con su falo
venenoso clamando por mí. Y cedí. Consultando a Freud tuve que volver a llamar,
no sin antes repensarlo cientoiún veces, no sin antes tramar una delgada
contrición de ojo por ojo. Un filoso y puntiagudo sable tuvo que atravesar la
mantequillosa esencia de su espíritu... Entonces, una vez efectuado el asalto,
dejar mi alma reposar en el aroma de la paz indescriptible, inapreciable,
infinita como una luna inmensa, inalcanzable e inconmensurable que da la calma
de una trama consumada.
¡Ah!, el
suspiro de alivio. Y usted, «cruel, masoquista, demoníaca», y yo, satisfecha.
Me alegra su dolor, señor. ¿Cree usted que el ojo por ojo sabe a la más pura
miel? Usted pensó que impunemente podía jugar con mis ansiedades, y le tocó
sutilmente la cortadura que - ¡oh, fue sin quererlo! – le provoqué. Y su sangre
ahora más roja que antes, brota y lava mis heridas. Es necesario una dosis de
sangre suya para lavar en la misma proporción las heridas que me causan sus
actos, señor conde. Como verá, sus palabras no serían nunca, aunque necesarias,
suficientes para cubrir las laceraciones que me va dejando cada vez que me
mancilla y el rosa de mi piel palidece bruscamente.
Y me río.
Río a carcajadas. Río de placer, como una infalible terapia, hasta mostrar mi
roja lengua entre las feroces fauces de leona.
0404
La otra
se está zafando de la esclavitud en que usted nos tiene. Hay alguien que la
quiere buscar y ella casi lo está permitiendo. Yo le doy la plena razón. Es
más, también yo si pudiera me libraría de usted, pero creo pertinente continuar
sujeta a su yugo mientras resista la amarra; en cambio, la otra es más
transparente, más real. Ella se acicala frente al espejo para verse bella y
salir al encuentro de aquél que la merodea. Yo, por el contrario, prefiero
volar para conversar con usted. Sé que no me verá y no sabrá si estoy o no
bella. Me ha dicho que mi voz le encanta y por ello, como las sirenas, continuaré
cantando a la espera de que, maldito Ulises, sea tan fuerte que suelte las
amarras que le sujetan al mástil, ¿cuál? No sé en realidad qué clase de mástil
es aquel que lo separa de mí. ¿Mejores eyaculaciones?, le he preguntado, me ha
respondido que no. ¿Amigos y alcohol? Dice, tal vez. Y, sin embargo, no le
creo. He perdido la confianza en sus palabras, son roedoras, falsas,
espejísticas, falaces, hechiceras, alucinadoras, fonémicas, anémicas, sólo
aire. Peón tres caballo rey.
0404
¿Quién es
aquella mujer triste y solitaria en el parque despoblado?, parece mi sombra.
Pero yo estoy aquí, ella lejos. No puedo ser yo, puesto que yo estoy aquí, ella
lejos. ¿Seré yo?, ¿será ella?, ¿quién es quién? ¿Seremos acaso un mismo
espíritu fragmentado en dos cuerpos? ¿Seremos acaso sólo dos? ¿solas dos?
¿Seremos miles habitadas por el mismo espíritu? ¿Seremos solo habitadas o
habitados? ¿O somos millones de habitadas y habitados, mujeres y hombres,
billones de cuerpos desperdigados por el mundo poseídos por el mismo espíritu?
o, definitivamente, ¿infinita materia en todo el universo calada por una sola
soledad?
0604 6
P4A
¿Cómo
está de salud, mi señor Conde? «¡Muerto, porque tú así lo has decidido!» Otra
falaz y rapaz mentira de su boca a la que mi oído está acostumbrándose. Una
boca, un oído. Un viento fuerte, una brisa, una espada, una gasa. Un rayo en mi
cabeza, un puñal en su pecho. Una palabra, otra palabra. Un oído, una boca, su
boca, mi oído, mi boca, su oído, mi boca, su boca, el beso.
Duele
menos perdonarlo que perderlo.
0604
Ahora
hundió con más saña su puñal en mis entrañas. Aliado con la hidra, usted me
escarnece. Ahora soy yo contra todos ustedes: usted, la hidra, la hija de la
hidra, la prosaica, la hija de la prosaica, y todas las multitudes que le
habitan a usted me han atacado. En asalto de cobardía, aplacado por una pizca
de hipocresía, usted ha redoblado los tambores de guerra y me ha desafiado.
¡Maravilloso! quien ama hiere, mata, aplasta a la víctima, y la víctima en su intento
de jugar el rol de victimaria devuelve la partida. Otra vez el tablero se
engalana y las piezas se alistan para el ataque-defensa-ataque. ¿Negras o blancas?
Las tiene usted todas a su disposición, negras y blancas, aun fingirse racista,
las tiene usted todas. Manipula sus extremidades, hurga sus intimidades,
Donjuan del siglo veintiuno. Está usted donde quiere: galán de filmes
prohibidos.
Mi pieza
clave es el caballo. Con todo su esplendor y su astucia, el caballo arremete
contra su dama. Ella, obviamente, mala dama de mal jugador, se doblega y
retrocede después de haber provocado el primer golpe. La torre que impasible
esperaba el retorno del rey, sale en defensa del hermoso y blanco caballo. Yo
soy el blanco caballo, usted tiene una
dama negra, las piezas negras, y si usted de verdad es un buen jugador ganará
la partida, con el mate del loco, si es que lo conoce, caso contrario perderá.
Caballo tres alfil.
1104 7
A5C
Veneno.
Música. Hay venenos que curan, hay músicas que son veneno. Vaho maligno que
penetra por los poros y es música, hechiza. Le llamaré el martes, y estará
seguramente usted molesto conmigo, como casi todos los martes, y así hasta el
otro martes y todos los martes por los siglos de los siglos, hasta que la dosis
que me aplica su voz me devuelva la inspiración de la poesía. La prosaica, por
supuesto, lo olvida, mientras que yo intento olvidar y no lo logro. Es una
posesión. Usted es yo, y yo soy usted. ¿Hasta cuándo? Hasta siempre. Porque sin
usted mi poesía muere, sin usted, los días languidecen en el calendario y las
noches se hacen más profundas y vacías. La oscuridad merodea en torno de mi
cama vieja. Y sus palabras me hacen falta, los suspiros no brotan y mi poesía
muere. Ella, por supuesto, lo ignora, ella, la prosaica, trabaja y se despereza
de cuando en cuando, mientras yo finjo trabajar y finjo despreciarlo; pero no
se aparta usted de mi memoria y lo traigo clavado en el centro de mi encéfalo
–palabras suyas-, aclaro.
Anoche
viví el amor entre sueños. Pero los sueños, sueños son. Cuando desperté sólo el
cuervo de Poe me decía, nunca, nunca, nunca más... y sollocé al ritmo de nunca,
nunca, nunca más. Pero, en el país del nunca jamás, Alicia, del país de las
maravillas, se diminutiza y se introduce en el mundo de lo posible. Todo es
posible, mi señor, incluso el olvido.
¿Un
cigarrillo?
1104
Nuevamente
el humo me atrae y creo que de pronto empieza a devolverme el sabor agridulce
de las ciruelas... En mi jardín colores de pájaros revolotean, saltan entre las
ramas frágiles de los arbustos. Los hay amarillos, grises, negros, blancos,
pero usted destaca entre todos: rosado, como su piel aromática, como sus ojos
brillantes, su boca que emana manantiales de trinos. «Niña desesperadamente
impaciente. Cuando te tenga, te apretaré la garganta, como Ilia Eremburgh a su
mujer», y yo me entregaré, como Ifigenia en el altar de los sacrificios, y la
sangre brotará, roja, burbujeante, rica de calor y placer de morir entre sus
manos. Y esta noche, cuando la luna empiece a esconderse de las miradas
inoportunas, hablaremos, si usted me pide que lo llame, lo llamaré, porque soy
obediente, y porque, además, quiero obedecerle en esto; hoy particularmente
quiero obedecerle, no sé otro día, qué mandará la prosaica, pero, yo, que soy
dueña de mí, le obedeceré. Cambio y fuera. Europa se aleja de nuestro
itinerario. Bajó la arena en el reloj y se cumplió puntualmente la tradición
mensual, ésa que a usted le molesta, ésa que entorpece sus planes, los de
sembrar en mi vientre un óvulo fecundado para producir el excelso testimonio de
su implacable inteligencia y mi supuesta belleza y finura, sus imperdonables
celos y mi desesperada impaciencia, sus sórdidas expresiones idiomáticas y mi hechicera música, sus
rebeldes neuronas y mi encantadora voz, y su raza de alcurnia y mis ojos seductores
y mi fina boca, mis dientes, y su boca procaz y sus torpes mentiras. Y mis
enigmas.
1104
Es una
ignominiosa verdad... Esta jugada conduce a una complicación interesante...
Aunque a veces se aconseja 7...., D2A. Mi cerebro maquina infinitas posibilidades
de herirle y ninguna para salvarle. ¿Matarlo es lo que ansío? ¿Destruir a quien
me da vida? ¿Cómo concebir la vida sin usted en mi futuro? Creo que sería
imposible. « Vive, ahora » me soltó a volar. Alfil dos dama.
(1104)
Una de
mis ‘ego sum’ se precipitó a la caza de algún cervatillo. Éste apareció
indefenso al borde del precipicio. Entonces, las euménides nos replegamos en
ella. Rodeamos al efébeo animalillo y todas al mismo tiempo lo devoramos sin
lástima, como una comprobación de que subsistir se puede aun lejos de usted. El
triste cervatillo sintió que el sacrificio en pro de la justicia es un acto de
absoluto placer y alegría casi jaque mate!
Como era
de suponer, la partida fue muy reñida y me parece que declaramos tablas. A
recomenzar de nuevo. Tablas no es victoria ni derrota, o en parte sí, mitad
victoria, mitad derrota, como usted, centauro, mitad hombre, mitad caballo,
como yo, mitad mujer, mitad bestia, mitad amante, mitad odiante, mitad yo,
mitad usted, mitad de mi mitad y mitad
de su
mitad.
¡Hasta la
próxima partida!
* Primer
premio en el Concurso de Departamental de cuento
«Comteco
orgullosamente nuestro», Cochabamba, Bolivia, 2006
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